En 2007 visité la Tate Modern en Londres y en la colección permanente de entonces encontré la obra de un solo artista español: una máscara de Espaliú
Tenemos la costumbre de no saldar las deudas con los artistas de cada tiempo. Hablo de los fundamentales, de los que han dejado huella en el universo. Hoy se cumplen 20 años de la muerte de Pepe Espaliú, el creador que conceptualizó el Sida, enfermedad que se lo llevó en su ciudad, adonde vino a morir, y sin quien sería muy difícil entender los debates sobre la identidad, la sexualidad y la crítica social de los años ochenta y principios de los noventa. Saltándose la costumbre, el Ayuntamiento de Córdoba sí que supo saldar su deuda con él, creando y manteniendo un pequeño y estupendo museo con algunas de las piezas de la colección familiar. Hubiera merecido algo así como un C4 y muchas otras obras, pero es un alivio que un espacio de la ciudad lleve su nombre y guarde su obra.
En 2007 visité la Tate Modern en Londres, uno de los grandes templos del arte contemporáneo, y en la colección permanente de entonces encontré la obra de un solo artista español: una máscara de Espaliú. Tres años después, el que fuera su galerista, Pepe Cobo, donó a este museo la instalación ‘To an unknown God’ (‘A un Dios desconocido’), que consta de cuatro pértigas verticales de bronce, que bien podría interpretarse (y es personal) como el pasado que se barre pero no se puede olvidar.
Hoy, varias obras de Espaliú forman parte de una exposición colectiva en el Reina Sofía de Madrid titulada ‘Mínima resistencia’, que ofrece una visión del arte moderno como algo pasado –¿tal vez barrido?–, algo así como el desencanto de casi 100 artistas de todo el mundo con los efectos de la globalización y el neoliberalismo, lo que el artista cordobés anticipó hace dos décadas. Si nuestra antigüedad fue de los filósofos y sabios y el siglo de oro de las letras y los poetas, todo apunta a que la contemporaneidad podría pertenecer a las artes plásticas. Al menos a un artista para el que la pintura era un estado psicológico y que hizo de la escultura un despliegue escenográfico. Su forma de no entender el mundo.