La democracia necesita ciudadanos activos, pacíficos, libres y responsables
Inicio el curso de esta pequeña columna llamada Algarabía haciendo honor a su nombre. Con una alta dosis de descrédito en casi todo el orden establecido. Como me niego a instalarme en el desaliento aquí va una ventana con la luz encendida. Escribió Montesquieu que cuando un pueblo tiene buenas costumbres, las leyes son sencillas. Y si en algo crece mi esperanza es en una parte de la sencilla ciudadanía. No por las palabras que dicen sino por los hechos que realizan. Hablo de la parte que se ha despertado y ha pasado a la acción en vez de quejarse. La gente que cree en el activismo y que desde hace unos años desarrolla buenas y democráticas costumbres.
La crisis ha abierto las puertas de los salones a las calles a gente que agita cada día la vida en las distintas ciudades españolas. En Burgos fueron los vecinos del Gamonal, en Valencia, los del Canbayal; en Madrid las mareas blancas y verdes; de Asturias partió un tren de la libertad hasta Madrid que frenó la ley del aborto; en toda españa funciona la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y Stop Desahucios, y en Córdoba, la Plataforma Mezquita-Catedral defiende el patrimonio reclamando justicia ante los atropellos de la superpoderosa Iglesia Católica. La criminalización de muchos de estos movimientos es directamente proporcional a la fuerza y la imaginación con la que denuncian la degradación de la democracia.
Es por eso por lo que creo que este escenario tan pesimista tiene su punto. La abundancia adormece e incentiva los miedos y la falta de ella produce el efecto contrario, activando a la ciudadanía a tomar la palabra acerca del mundo en el que quieren vivir. Invito en Córdoba a que la gente de la cultura deje de llorar por las esquinas a causa del nivel –más bien no nivel– de sus nuevos gobernantes culturales. La indignación es mejor fuente de inspiración que el llanto. En serio. La democracia necesita ciudadanos activos, pacíficos, libres y responsables. Feliz y activista curso.