¿Es más fácil sobrevivir al éxito o al fracaso? me preguntaba en esa sala de la Filmoteca llamada Espacio 3 en la que parece que estás en el Reina Sofía (el museo). Allí me inyecté de nostalgia en un bucle de videoclips indies del sello español Subterfuge. La exposición, sí de videoclips, se llama ‘Imágenes para la música’ y repasa, hasta finales de febrero, una pequeña parte, independiente y española, de ese formato que unió a la música y al cine y que triunfó, languideció y vuelve a resucitar gracias a las redes sociales. Un influyente género maltratado por unos consumidores que comenzaron grabando un video tras otro en una reciclada cinta de VHS y que ahora disparan al mundo desde su muro de Facebook, mientras otros siguen considerando estos momentos musicales como superfluos.
Escuchando y viendo a Alaska, Sexy Sadie, Arizona Baby, Najwajean o Dover en una pantalla grande de esta esquina de la Judería, pienso en los subterfugios de dicha discográfica resistiendo a las multinacionales, a Internet y a todas las crisis habidas y por haber. Cocinando la canción del título, de Australian Blonde, enriquecieron el guiso gracias a que sonó en la banda sonora de ‘Historias del Kronen’ y después llegó Dover. Pecaron de algún exceso entonces, en pleno pico del pelotazo, pero acabaron manejando el peligroso éxito para seguir de pie llenándolo todo de “horror-pop vacui”.
Luchar contra el horror al vacío con música, cine, teatro, libros y arte es una de las respuestas. Para muchos el único salvavidas. Me acuerdo de Warhol, Scorsese, Gus Van Sant, Jonathan Demme o Wenders, quienes también realizaron videoclips que algún día también me gustaría ver en la filmo. Ese género que al final no mató a la estrella de la radio (nada ni nadie ha conseguido matarla) y que una tarde de lluvia me ha vuelto optimista sobre los beneficios de gestionar del fracaso. ‘”Why I’m feeling better (¿Por qué me siento mejor?) cantaban los Australian Blonde al marcharme.