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Antonio de la Torre: “El ser humano es la mayor especie depredadora que hay sobre el planeta”

El actor malagueño nos desvela cómo entró en la piel de Carlos, el sastre depredador que interpreta en ‘Caníbal’ de Manuel Martín Cuenca

Marta JiménezMarta Jiménez| @radiomarta

Charlar con Antonio de la Torre tras haber visto ‘Caníbal’ es como descorchar una botella de cava. Una explosión de palabras, gestos, risas y caladas de Malboro que se contraponen al rictus silencioso y envarado del sastre depredador de la película de Manuel Martín Cuenca. Un personaje cuya máscara social tanto se asemeja a los andaluces de otra época que aún callejean, como suspendidos en el tiempo, por nuestras ciudades y pueblos.

Es lunes, el día de ‘Caníbal’ en el Festival de San Sebastián. La suite 103 del hotel María Cristina es una fiesta cuando entra el torbellino malagueño. Una semana antes, en Toronto, prensa y público se rendían ante el oscuro y difícil filme del director almeriense rodado en Granada. Lo mismo ha ocurrido en la ciudad donostiarra, en donde sin haber llegado siquiera a la mitad del Festival, muchos ya ven la Concha de Plata en las manos del actor.

Consciente de su evolución desde que Benito Zambrano le diera su primer papel con nombre en ‘Padre Coraje’, Antonio de la Torre tiene la capacidad de hablar de su último personaje como si fuera el primero. Con esa vitalidad y apasionamiento marca de la casa y consciente de la gran suerte de poder vivir de su don. Ese que transforma su físico de vecino de al lado en lo que él quiera: un yonki, un gordo, un taleguero o un hombre que se come a las mujeres.
¿Cómo llega a creerse uno que es un caníbal?
El personaje tiene dos patas. Una la de sastre, por eso estuve preparándome con Octavio Hernández, un sastre de Madrid que ha estado 50 años en la Gran Vía y que en la época dorada, en la que no existía la confección, hacía mil trajes al año. Este año se jubila de ese oficio maravilloso que ha desaparecido con los nuevos tiempos. Hay algo de amor por el trabajo con las manos, por el trabajo con su tiempo, por una manera fascinante de hacer su oficio. En pocos meses no pude aprender el oficio pero Manolo (Martín Cuenca) y yo organizamos una liturgia para meterme en el personaje. Yo me iba vestido de traje a la sastrería, Octavio vino al rodaje y entre los tres consensuábamos las escenas. Esto era fundamental porque yo necesitaba sentirme sastre. Capaz de hacer ese personaje, lo que socialmente representa.
 
Fui a hacer la prueba y se me ocurrió, llámale picaresca de actor, llevarme un filete para comérmelo delante de Manolo
La máscara del depredador asesino…
Manolo y yo llevábamos más de un año preparando esta historia y él solo me dejó pronunciar una vez la palabra psicópata. Yo tampoco quería, ¿eh?, y no podría haber hecho este personaje desde la psicología de un asesino. Si me armo un lío con eso, hubiera sido incapaz.
Entonces, con ese armazón del sastre construimos a alguien que hace lo que tiene que hacer en cada momento. Un depredador que es un ser humano, la mayor especie depredadora que hay sobre el planeta. Hablábamos de si fuera un animal qué animal sería, y era un leopardo. A veces me iba al zoo de Madrid a observar al leopardo con su actitud calmada pero que en un segundo te puede pegar un zarpazo y matarte. Y así fuimos secuencia a secuencia. Hay una  en la que estoy comiendo carne y Manolo me dio una indicación, que no puedo contar porque banalizaría el contenido de la película, pero que fue tan concreta que funcionó. Una cosa es lo que el actor trabaja y otra lo que da hacia fuera, la técnica de la sustitución que yo aprendí en la Escuela de Cristina Rota que te hace ser muy preciso en tu oficio.
¿Y esa técnica te ha funcionado siempre?
En siete años mi carrera ha pegado un cambio muy gordo. En ‘AzulOscuroCasiNegro’ recuerdo que rodando tenía la fantasía de “soy un taleguero, soy un taleguero” porque si no, no podía defenderlo. Cuando la terminé me vi disfrazado de un tío que está en el talego y me pareció una especie de impostura mala. Y luego fue un papel con muy buenas críticas, con el que gané el Goya y que me cambió la carrera. Y aquí me ha pasado igual aunque ya me he visto más relajado.
En la frase final de la película que le digo a ella yo me lo tuve que creer a muerte porque si no hago el ridículo más espantoso, y ha sido el momento más heavy de mi carrera porque me preguntaba ¿cómo digo esto?. Tienes que ir a muerte. Tú estás de verdad pero yo no soy un asesino. Por eso sí puedo acercarme a la sastrería. A lo otro llegaba en plan esto es como esto y así, viendo aquello como si no te enteraras de nada. Porque aquí no se explica por qué él es un asesino igual que, como dijo Manolo en Toronto, no hay explicación para el holocausto o el hambre en el mundo.
¿Recuerdas tu primer contacto con el personaje? ¿Fue un charla con el director o una lectura de guión?
Manolo y yo somos muy amigos y hasta hemos hablado de hacer teatro juntos en el futuro. Él me habló de una primera versión de guión en la que había un policía, un asesino y que quería hacer pruebas a actores. Fui a hacer la prueba y a mi se me ocurrió, llámale picaresca de actor o ser amigo de Manolo, llevarme un filete para comérmelo delante de Manolo por las ganas que tenía de conseguir el personaje. Al terminar la secuencia que me tocaba le pedí a Manolo que me dejara comerme el filete. Lo calenté, me senté y me lo comí. Cuando terminé, Manolo, que es un hombre muy prudente y respetuoso con los actores, no me dijo nada pero yo sabía que me lo acababa de meter en el bolsillo. No me quería decir que le gustaría darme el papel pero yo lo notaba. De hecho le dije ¿sabes lo que estaba pensando mientras me lo comía? Y él me dijo “no me lo cuentes, tío. Ese es tu secreto como actor”.
¿Y no temías meterte en la piel de un personaje tan tremendo?
Manolo es uno de los mejores directores de actores de España y seguramente de Europa. Es mi amigo, me conoce muy bien, sabe sacarme lo mejor y yo quería trabajar con él, me daba igual el guión. Y al final lo conseguí.
¿Con qué referencias trabajaste?
Manolo me sugirió amablemente que viese ‘Un corazón en invierno’ (de Claude Sautet) y ‘Ese oscuro objeto del deseo’, de Buñuel. Las vi con mucha admiración y aunque intenté no hacerles caso porque pensaba que yo no podía hacer eso y necesitaba olvidarlas, es verdad que algo queda en el subconsciente.
Una cosa que he aprendido con el tiempo tiene que ver con el cuento de ‘El patito feo’, que se puede aplicar a los actores y cualquier profesión. Cuando apuestas por ti y te dejas llevar por ti, puedes ser la mejor versión de ti mismo. Yo no seré Bardem ni Al Pacino, pero seré el mejor Antonio de la Torre. Mi padre siempre me decía que había que ser el número uno, pero mi hermano Javi me dijo una cosa muy hermosa que nunca olvidaré: “tienes que ser el número 1 en ti mismo”. Me pareció una lección de educación sentimental y de camino en la vida.
¿Y cuándo empezaste a ser tú?
Cuando empecé a dejar de imitar y de compararme con compañeros de la Escuela de Cristian Rota que empezaban a despuntar. Me dije, sé tú y empecé a serlo. El papel que me hizo pasar de figurante a actor fue el de ‘Padre coraje’. Yo estaba trabajando entonces en Canal Sur como periodista, cambié el turno, pillé el AVE y llegué a una nave industrial perdida en Madrid. Me encontré una cola tremenda y estuve a punto de irme pero me quedé. Cuando entré me vi a Benito Zambrano y a Laura Cepeda, una jefa de casting, y Benito me preguntó que qué había hecho antes. Yo empecé a relatarle que tuve un papel en ‘Los peores años de nuestra vida’ en donde se me oye pero no se me ve, luego que había hecho de parroquiano 4, de tipo deprimido 2, de obrero 2, de hombre al fondo…vamos, que todavía no había hecho un papel con nombre. Y él me dijo: “bueno pues ya te toca uno”. Hicimos una improvisación e igual que supe el día del filete que Manolo me cogería para ‘Caníbal’, supe que me iban a coger para esa serie. Y al final hice de Lorel, un yonki que tenía cierto peso en la historia.
No podría haber hecho este personaje desde la psicología de un asesino.
¿Ahí encontraste tu propio don?
Algo así. Los americanos lo dicen así, “you have a gift”. Y es verdad, cada persona tiene un don especial y la dificultad en la vida es encontrar qué cisne eres tú. Y sirve para cualquier profesión porque todo ser humano tiene ese cisne. Y a la gente se le va la vida intentando descubrir quién es. Esta sociedad tiene esa asignatura pendiente con la educación sentimental, aprender otros valores como la autoestima, el fracaso como parte del camino, valorarte como lo que eres.
¿Cómo  lograste conciliar tu expresividad de fábrica con un personaje tan serio, callado y austero como el de ‘Caníbal’?
Hay capas que se van poniendo. Al hacer las pruebas yo estaba muy disperso y tuve mi momento de crisis. Manolo y yo tuvimos una conversación liberadora en la que yo le confesé que sabía lo que él quería pero que comprendiese que la cabra tira al monte. Sentía la losa de defraudar a Manolo porque es mi amigo y ha asumido muchos riesgos. Hicimos una especie de catarsis en Rumania (parte de la financiación de la película proviene de este país) y llegamos a ese punto liberador. La paciencia de Manolo, el trabajo con el sastre, que me dio un punto de más control, me hicieron llegar al rodaje con algunas de esas capas ya puestas. Manolo fue tensando la cuerda desde los ensayos pero yo no quise dejar de lado la pasión, vitalidad y energía que yo tengo pero desde la contención. Y luego llega un momento tras la primera semana que te liberas de la presión y ya todo fluye.

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