Viernes 9 de noviembre. 20.30 h.
Gran Teatro.
Existe un gran riesgo y altas dosis de valentía en la gira del musical ‘La bella y la bestia’ por un país que anda boca abajo. Estrenado en nuestro Gran Teatro el viernes por la noche, esta obra ha roto la barrera del tiempo en Córdoba. Nunca antes ningún espectáculo se mantuvo en cartel durante nueve días con catorce funciones. Tampoco ninguno tuvo la butaca a precios tan altos, ni siquiera la ópera, lo que no ha sido inconveniente para que todos los aforos estén prácticamente vendidos. Y aun queda la mayor hazaña: esta ha sido la primera vez que vemos en nuestro escenario una producción de tan espectacular calibre, de las que nada tienen que envidiar ni a los estrenos de la Gran Vía ni, salvando algunas distancias, del West End ni del mismísimo Broadway. Lo que era impensable (e imposible) para una gira de musical “por provincias” (ese término que nos relega a ciudadanos de segunda en el mundo del showbusiness), lo ha conseguido ‘La bella y la bestia’ igualando a los espectadores y descentralizando un género que cada día cala más en España.
Con la obertura de una orquesta escondida -de la que solo podíamos ver a su director repartido por pantallas en el patio de butacas- y una narración con el recurso del Érase una vez, viajamos hasta la campiña francesa y nos introdujimos en una historia que arrancó con la explosión colorida de la escena del pueblo, en la que conocimos a una correcta Bella (Talía del Val). A partir de ahí, 32 cambios de escenografía fueron hilando la historia, con aldeas que se convierten en un bosque en cuestión de segundos o con un castillo majestuoso que se arma a la vista del público, con escaleras, columnas, balcones y habitaciones que giran 360 grados. El mobiliario flota para entrar y salir de escena, hay decorados que vuelan, serpentinas doradas sobre nuestras cabezas, un suntuoso y estético vestuario, más pelucas, muchas pelucas. ‘La bella y la bestia’ brinda en producción cada euro gastado por el espectador que se ve y se toca, por ejemplo, en el cabaretero número ‘Qué festín’, lleno de objetos encantados.
Luego están los personajes y los actores. Más allá de pareja protagonista, profesional pero sin alharacas, los que verdaderamente destacan son los personajes bombón de esta historia de Disney: los objetos humanos interpretados por actores que se mimetizan afinadamente con las entrañables figuras en movimiento. El reloj Din Don, la señora Ropero, y a destacar una brillante tetera, Sra. Potts (Mone) y un tierno y pícaro candelabro, Lumiere (Diego Rodríguez), ambos con una más que acertada presencia escénica.
Al final de tanto derroche, el príncipe hechizado es redimido por una mujer hermosa, lo que deja, para variar, algún cabo suelto para la interpretación de este cuento con el que tanto se identifica el público. Aunque es lo de menos en esta producción. Lo de más es que ha conseguido hacer realidad una película animada de Disney y llevarnos hasta Disneylandia sin salir de la ciudad, al menos, por dos hora y media.