Perderle el respeto a sus árboles era lo último que le quedaba a este país.
Esta columna no va de alergias a un polen. Sino de alergia a la especulación y al expolio. A la crisis de valores que nos invade. En los últimos años se ha puesto de moda en España arrancar olivos milenarios, venderlos por un pico y trasladarlos, o bien a los jardines de una villa de lujo en la Costa Azul o al vestíbulo de la sede de una gran empresa alemana. Perderle el respeto a sus árboles era lo último que le quedaba a este país. Y encima no a un árbol cualquiera, sino a un cultivo fundamental del pueblo mediterráneo. Un símbolo que es la patria de muchos.
El inventario del olivar data de 1986. En esa época había en España unos 300 millones de olivos. De ellos, centenarios serían tan solo unos dos millones y que superasen el milenio, eso ya era otra historia. Baleares, zonas de Tarragona, Córdoba y Jaén son los lugares que suelen tener una mayor aglomeración de estos ejemplares. Y comprar uno es fácil. Mientras escribo estas líneas busco en Google y me salen demasiados anuncios de venta de olivos centenarios, o eso dicen, en Córdoba. Hagan la prueba. Para colmo, se trata de un comercio sobrevalorado según el catedrático agrónomo de la UCO Luis Rallo, porque se tiende a exagerar la antigüedad de los olivos. Una práctica, con picaresca o sin ella, que además de poner en peligro la diversidad genética de estas esculturas naturales, resulta tan bárbara como que el patio renacentista del castillo de Vélez Blanco (Almería) luzca, piedra a piedra, en el Metropolitan de Nueva York.
Mañana se estrena una película que ahonda en el asunto, El olivo , de Icíar Bollaín. Un cuento con guión de Paul Laverty que narra la aventura de una adolescente decidida a recuperar un olivo replantado en algún lugar de Europa y traerlo de vuelta a la masía familiar, al mismo lugar donde su abuelo se dirige cada mañana a poblar de piedrecitas el agujero que dejó el árbol. Tal vez por esto los olivos se retuerzan en nuestros campos, porque nos están gritando. Tal vez por eso no encuentre un mejor refugio para cualquier clase de alergia que una sala de cine.