La muerte de Alberto Almansa ha hecho que me preocupe mucho más por el silencio de los buenos frente al grito de los deshonestos
Marta Jiménez@radiomarta
“Los seres humanos son demasiado fuertes para que se les pueda destruir”. La cita es de una baronesa danesa que tuvo que elegir un nombre de hombre, Isak Dinesen, para poder publicar su novela más famosa, ‘Lejos de África’. En ese continente vivió y se enamoró de un hombre que amaba tanto la libertad como ella, Denis Finch-Hatton, un cazador y piloto que murió volando al caer del cielo su avioneta. No sé por qué la muerte siempre me sabe a ellos y me suena a concierto de Mozart en mitad de la sabana. Será por otorgarle una belleza que no posee. Una absurda herramienta de supervivencia.
Hace seis días un dios laico hizo que explotara el corazón de un periodista cordobés llamado Alberto Almansa, alguien que amaba tanto la libertad como ellos. Un hombre cuyo estado civil era sentirse vivo. Un compañero con el que reí y discutí y que siempre miraba a los ojos. En su enérgica y –afortunadamente- imperfecta voz de locutor una jamás escuchaba nada superfluo, solo sus pulmones y su corazón, nunca la lengua ni la garganta ni los dientes ni la nariz. En su voz estaba su mundo interior. Sonaba de verdad. Un grito permanente contra la injusticia social.