Ariel Rot+ Loquillo. Viernes 11 de julio. Teatro de la Axerquía
Hay quien da razones para pensar que quiere vivir del pasado a toda costa y hay quien no. Así de simple. Ambas posiciones, vitales y musicales, son moralmente legítimas aunque no lo sean tanto en el plano estético. Y cuando nos referimos a la estética para justificar lo que hace un músico ¿qué queremos decir? Que esta consista en algo más que en salvar las apariencias, quedar bien y conservar la reputación artística. En poseer valores más seductores y acordes con el tiempo que vivimos. Más o menos que también exista una ética dentro de la estética. Y, ya puestos, dentro de la masculinidad.
Ética. Ariel Rot es un rockero de la transición. Gracias a él y a su banda Tequila, muchos jóvenes de la época aprendieron a saltar y a pensar que tocaban el cielo cuando el rock era un lenguaje hecho para ellos. Un músico con un pasado provechoso de rock chispeante, pop de Rodríguez y una evolutiva carrera en solitario de 30 años, que va ganando en madurez y reflexión. En estas llegó al Festival de la Guitarra de Córdoba para abrir el viernes en La Axerquía. Protagonizó los momentos más elegantes de la noche junto a una banda que estaba en bastante mejor forma que él: hubo un desfile de las canciones más escuchadas de sus discos en solitario, una larga parada en el último, ‘La Huesuda’, con temas sobre la pérdida y el paso del tiempo que no alteraron su rock’n’roll chuckberriano, marca habitual de Rot. Con un guiño a Los Rodríguez (‘Dulce condena’), alguno que otro a Tequila (la versión blues de ‘Rock’n’roll en la plaza del pueblo’) y un cabreo razonable por un final obligado, la balada ‘Me estás atrapando otra vez’ fue la última, ya que había que dar paso a Loquillo sí o sí. Y Rot no se mereció eso.
Estética. Loquillo es un músico que debe salvar las apariencias de artista arrollador. De Padrino del rock patrio. Y naturalmente que lo consiguió en Córdoba tan solo con esa obertura vengo-de-otra-galaxia con la que el músico es revelado. Una perfecta puesta en escena para representar su llegada desde otro mundo: el viejuno. El rockero supo preservar durante todo el concierto la postura del guerrero alternando temas recientes con una catarata de grandes éxitos. De esos que ofrecen la felicidad de recordar lo mejor de cómo éramos cuándo en la Axerquía crecía la hierba y teníamos amores tan recientes como ‘Cadillac solitario’. Lo malo es que es imposible evitar la náusea con ‘La mataré’, que para colmo es un clásico y que dice mucho del atraso del país en el que vivimos. ¿Por qué la incorrección del rock siempre dispara al mismo sitio? Bonito fue el homenaje a Burning con un clásico que bien podría explicarle a Loquillo porque ya no van chicas como tú a sitios como ese.
Sin novedad en el rock donde la buena imagen no es otra cosa que un subproducto del buen actuar.