Esta es la historia de una japonesa nacida en Imbagun. Una mujer que abandonó a finales de los sesenta un laberinto llamado Tokio para habitar, 40 años después, en otro laberinto llamado San Agustín. Su espacio es mucho más zen que cualquier apartamento japonés, con dos patios, limonero y una perra que responde a un nombre onomatopéyico: El del ruido que hacen al atardecer las cigarras japonesas, KanaKana.
Hisae llegó a Córdoba en el 68 al olor del cuero de los cordobanes y de los guadamecíes. Pero pronto lo suyo fue la cerámica artística, disciplina de la que es una autoridad y sobre la que ha estado enseñando, hasta su jubilación, en la Escuela de Artes y Oficios Dionisio Ortiz. Justo el maestro que le dio trabajo en Córdoba.