Uno: creo firmemente en la libertad de expresión y aun más en la libertad artística. Pero esa libertad la entiendo, tal y como nos la explicaban en el cole, acabando donde empieza la del otro. Dos: si tengo una religión, esa es la ficción, que suele proporcionarme más esperanza en el género humano que la realidad. Ambas las he defendido con uñas y dientes desde que supe lo que significaban. Hasta hoy. Todo eso se ha tambaleado cuando se ha cruzado en mi vida El circo de los horrores con ‘Manicomio’, un espectáculo que reside estos días en Córdoba.
No me creo a sus creadores por mucho que repitan que este show, basado en el “teatro de vanguardia” y en el “cabaret salvaje” (sic), no atenta contra las personas con enfermedad mental cuando ando leyendo y escuchando en su publicidad lo siguiente: “Atrévete a entrar en un espacio siniestro y de alto riesgo en el que conviven psicóticos, desquiciados y perturbados mentales” o “dos intensas horas con esquizofrénicos compulsivos, enfermeras bipolares, ilusionistas paranoicos (-)”. Tal y como leo y oigo, ya solo la publicidad de este espectáculo atentaría contra la dignidad de quien padece estas patologías, personas débiles por su doble condición de discapacitadas y discriminadas. Si no están muy seguros de este extremo, les invito a poner en el mismo contexto a niños con síndrome de down, mujeres maltratadas, enfermos de Alzheimer o de leucemia. ¿A que ahora sí?
Las personas perdidas en los laberintos de la enfermedad mental son los excluidos de los excluidos. Su particular subida al Everest es su lucha contra el estigma y circos como el que nos ocupa suponen un alud en su campamento base. El problema de estos enfermos no deben ser las personas cuerdas (si es que éstas existen) y aun menos el arte, ya que tras haber perdido la batalla social, éste podría ser un gran aliado en vez de perpetuar tópicos tan erróneos como discriminatorios.
Por último, un par recados para los señores del circo: que la locura no es divertida, que más quisieran los que la sufren, y que no existe “el loco” sin el Otro que lo nombra.