La revolución de las mujeres del siglo XXI pasa por enfrentarse a una sociedad que de forma sutil lanza pesadas piedras de inseguridad a nuestras mochilas
En la brecha de género que ha crecido en las aulas en la última década, según la OCDE, existen un par de conclusiones que dan vueltas en mi cabeza desde su publicación: una, que ellas aspiran a llegar más lejos en su vida profesional que los chicos, una pauta que me gustaría que fuese cierta pero en la que, honestamente, no creo. Y la segunda, que el estudio detecta que ellas se sienten más inseguras. Touché . La revolución de las mujeres del siglo XXI pasa por enfrentarse a una sociedad que de forma sutil lanza pesadas piedras de inseguridad a nuestras mochilas. Los explicaré con dos pequeños y elocuentes ejemplos.
Uno. Un buen amigo, profesor de Derecho en la Universidad de Jaén, suele hacer un pequeño test a sus alumnos de primer curso el primer día de clase. A la pregunta concreta de cómo se ven ellos y ellas dentro de 10 años, con unos 28, infaliblemente y en un alto porcentaje ellos se ven con una gran carrera profesional y viajando. Ellas, por el contrario, en casa, siendo esposas y madres como prioridad y con su carrera en el segundo puesto. Quien quiera explicar tal cosa basándose en nuestra diferencia genética, la respuesta es un sonoro no. Para mí que es cultural; Dos. En mi carrera periodística he tenido muchas más negativas de mujeres a la invitación de participar en foros, tertulias, realizar columnas de opinión, en definitiva, a dejar de estar en la retaguardia, que de hombres. Su argumentación era de una autoexigencia tal que, en la mayoría de los casos, rozaba lo patológico y tras la que se escondía un gran miedo a no ser perfectas.
Educación y autorreflexión son las armas para alcanzar unas seguridades que darían mucho bienestar a todos. Que unos padres permitan a una hija llegar a la misma hora que su hermano varón cuando sale de noche o que le aplaudan a un hijo sus sueños de ser padre y esposo podrían ser pequeños grandes pasos para la igualdad real. Y una relajación de las exigencias sociales para ambos géneros y, sobre todo, para los modelos estéticos que pesan sobre la mujer occidental, sería algo muy justo. Pero esa es otra película. De terror.