Casi veinte años después de su diseño, el parque de Miraflores sigue despertando el sentimiento aliviador de ser un muro derribado. Aquel espacio olvidado se recuperó a comienzos del nuevo milenio como parque urbano para el esparcimiento ciudadano a la vera izquierda del Guadalquivir a su paso por una Córdoba que, por aquella época, desdeñaba su río. Fue un proyecto municipal ejecutado por el arquitecto Juan Cuenca, quien ya había trabajado sobre los molinos de Gualdalquivir y que más tarde se encargaría, dándole continuidad a todo lo anterior, del ambicioso proyecto de actuación sobre el Puente Romano, la Puerta del Puente y el Centro de Recepción de Visitantes.
A día de hoy, pasear con Cuenca por el lugar es escuchar al arquitecto lamentarse: “diseñé un parque equivocado para esta ciudad o directamente me equivoqué de ciudad”. Aunque más vale ir por partes. El también urbanista diseñó para el parque una serie de elementos y construcciones con guiños de todo tipo. Uno de ellos es un homenaje a la sala hipóstila de la Mezquita de Córdoba realizada con árboles, cuyos troncos son las columnas y la techumbre lo conforman lo vegetal de sus copas.