¿Hubiese permitido la Iglesia y la ciudad convertir una ermita en Sinagoga en el siglo XXI?
Nuestra heroica ciudad sigue durmiendo la siesta. En tiempos de retraimiento la eterna sensación se ha convertido en un hecho: Córdoba atrasa más décadas que la media de ciudades españolas. En lo objetivo solo hay que fijarse en el lugar que ocupamos en el mapa del paro, y en lo subjetivo, analizar sociológicamente el poder y la actitud de la ciudad durante los últimos 50 años para atestiguar con mucho rubor que La feria de los discretos continúa latiendo.
Baroja paseó por Córdoba junto a Darío de Regoyos a final del XIX, por lo que no coincidieron con Romero Barros. Sí con aristócratas cordobeses tarados y corroídos por el alcohol y matrimonios consanguíneos en palabras del novelista. Últimamente me obsesiona contar a todo el mundo un hecho histórico ocurrido en ese período, que brilla por su elocuencia. Está protagonizado por mi admirado Romero Barros, uno de los pocos capaces de cambiar algunos aspectos de la realidad de su tiempo. En su faceta de arqueólogo y mientras restauraba la antigua ermita de Santa Quiteria en la calle Judíos, descubrió la Sinagoga. Y lo contó en la prensa.
En el Diario de Córdoba escribió durante años una interesante crónica del hallazgo detallando las inscripciones hebreas que sus muros contenían ocultos. Aprovechó también para denunciar la huella lamentable de la profanación que había sufrido el edificio y que obedecían a una idea mística y altamente religiosa. El hallazgo en 1884 de una lápida labrada en yesería con la firma de quien levantó la Sinagoga hizo obligar al Obispo Fray Zeferino González a retirar las imágenes cristianas de la capilla.
El asunto acabó en los tribunales y se zanjó en 1916 cuando este edifico pasó a ser propiedad pública. Fue el gran hallazgo del historicismo cordobés. Una victoria de la que, muerto Romero Barros, tomaría posesión su hijo Enrique Romero de Torres en nombre del Gobernador Civil. Preguntarnos qué hubiese ocurrido de ser descubierta la Sinagoga hoy de semejante modo nos lleva a la retórica: ¿Hubiese permitido la Iglesia y la ciudad convertir una ermita en Sinagoga en el siglo XXI? Sigamos durmiendo.