El cuadro del título, de Julio Romero de Torres, procura su iconografía funeraria a ‘Mundamortis’, las jornadas de muerte celebradas estos días en Monturque, un pueblo que da una lección sobre cómo explotar sus potencialidades. La influencia de Romero de Torres también planea sobre otro melodrama gótico: los fotogramas de esa maravilla muda en blanco y negro llamada ‘Blancanieves’, que aspira a conquistar a los académicos hollywoodienses recreando la Andalucía misteriosa y sensual de los cuadros del pintor cordobés , mientras cuenta un cuento clásico desde el tipismo español.
Su director, el vasco Pablo Berger, compró hace unos años en la calle Deanes unos zapatos de gitana, rojos con lunares blancos, para su hija, que son clavaditos a los de Carmencita en la película. Pasaba en Córdoba unos días participando en Eutopía –aquel festival que procuraba talleres y encuentros de cine, Festival de Cine Instantáneo y mucho más ¿ahora perdido?- y ya le rondaba esta obra mayúscula y esteta. Una película cuyos planos no tienen ni a Mornau ni a Stroheim ni a Tod Browning como guías, sino el cuadro ‘La siesta’ para recrear la casa de Carmencita y su abuela; a ‘Carmen con el clavel rojo’ inspirando a la coplera Carmen de Triana/Inma Cuesta o a ‘Diana’ acompañada del galgo Pacheco o la mantilla de ‘La Saeta’ iluminando a esa grandiosa madrastra/Maribel Verdú.
Un manantial de inspiración que, junto a la de Zuloaga y Cristina García Rodero, sube un peldaño más a Romero de Torres en el deseo de acercarlo al símbolo y alejarlo de la pandereta. Según Tarkovski, un espectador compra una entrada de cine con una meta: rellenar las lagunas de su propia existencia; es como si fuera a la caza del tiempo perdido. Querría haber recomendado ‘Blancanieves’ como planazo para una jornada gótica y silente, pero en Córdoba ya no la pasan. Una laguna más. Nuestro tiempo perdido.