Me temo que la tempestad y la emoción van a seguir reinando en nuestras pequeñas vidas. Es lo que tiene que últimamente todo sea peor de lo que parece. Por eso no puede haber un punto y final a 2012 más simbólico en Córdoba que la deseada Novena Sinfonía de Beethoven tronando en el Gran Teatro, interpretada por la Orquesta y el Coro de Ópera de Córdoba. No creo que exista una mejor respuesta a la incertidumbre que esta obra coral con la que el tremendo compositor cambió el concepto mismo de la música, acabando con toda clase de reglas y convenciones. Por todo ello esta sinfonía es un símbolo de la libertad y su adaptación por Karajan hace cuarenta años se convirtió en el himno de la hoy perjudicada Unión Europea.
Me apena que aquí se sienta mayor devoción por otras novenas. Las que buscan virtud y santidad, además de la intersección de los santos para salir de la pena negra. Experiencias religiosas como ésta y parecidas aun reinan en los reductos del catolicismo en occidente: en España, Italia, Irlanda y Portugal, curiosamente los cuatro países junto a Grecia más azotados por la triste realidad. Y no digo que no haya que rezar, faltaría, aun somos libres, pero si esa devoción por marianismos variados llevara a la misma fe por experiencias estéticas de otro calibre alcanzaríamos esa armónica fraternidad cultural con la que una vez soñamos.
Al menos la Navidad nos ha traído al salvador de nuestra Orquesta. No nació en Belén sino en Cataluña y vendrá a alejar tempestades para seguir construyendo emociones. La Novena acompaña su nombramiento como nuevo gerente de la institución, a quien deseamos que Córdoba no lo arrase. Hoy brindo por su antecesor, el espléndido Alfonso Osuna, a quien deseo que se contagie de la euforia de la Novena que finalmente consiguió programar. Una oda a la alegría que deseo que flote sobre nuestras calles y plazas y carreteras y pueblos durante largo tiempo.