Si usted o yo acudimos a la Mezquita de Córdoba acompañando a un forastero -ese término que ha vuelto a poner de moda el inclasificable anuncio radiofónico de la Caja Rural- nos darán, como saben, dos entradas con una bienvenida a “esta Santa Iglesia Catedral”. Si el forastero quiere un ticket o factura de los ocho eurazos que ha pagado por visitar el templo más insólito de occidente, le darán un justificante de grupo porque lo que se le paga a la iglesia, titular del edificio, es un “donativo”. ¿Y si el visitante quiere desgravar el IVA? Nada de nada. El coste no tiene IVA, claro. Pero el Cabildo sí que posee un C.I.F (código de identificación fiscal) tan legal como inmoral, fruto de los progresistas acuerdos entre nuestro Estado y la Santa Sede.
Llega a mis oídos que una empresa filial de Aldeasa, Palacios y Museos S.L, gestiona la taquilla de la Mezquita de Córdoba. Llamo a su sede para verificar el dato y la respuesta es que no. A los cinco minutos me llaman y la respuesta es que sí, que llevan la taquilla pero que no poseen tienda dentro del monumento, como sí poseen en otros lugares. Una hora más tarde, un superior de la empresa vuelve a llamarme para desmentirlo todo y decirme que ellos no tienen nada que ver con la Mezquita y que todo en ella lo gestiona el Cabildo. Alucinante. Olí el mismo miedo que el de aquella empresa que montó el espectáculo nocturno.
No es soportable tanta oscuridad en una ciudad tan brillante. Excepto la de Góngora, el único caballero oscuro admisible. Si el templo es patrimonio y el Estado, tanto central como autonómico, paga por su restauración, la titularidad debería ser pública y la iglesia pagar un alquiler por una catedral, que no ocupa el todo, digan lo que digan, sino la parte católico-gótico-barroca del edificio. No me creeré el reciente plante de la Junta de Andalucía ante la Iglesia hasta que no lo vea trasladado a la realidad de la Mezquita de Córdoba. El lado bueno, que una también lo ve, es que a esto no le puede subir el IVA ni Dios.