Me temo que a los puristas del flamenco les gustan tan poco las modernidades aplicadas a un arte que consideran suyo, como a los amantes del arte contemporáneo lo divulgativo.
Marta Jiménez@radiomarta
El miércoles visité el museo más auténtico sobre la bipolaridad de esta tierra. Por su continente y su contenido, sus raíces terrestres y su tecnología aérea, por su diseño y atinada museografía: La Posada del Potro, Centro Flamenco Fosforito. Fui a la hora de la siesta, con el sol aplastándolo todo, la mejor hora para visitar un lugar así. Al entrar pensaba que explicar y entender el flamenco era tarea inasequible. Y al salir, sabía algo de palos, compases y tonás, justo lo que no había conseguido en años de conciertos a ciegas.
Me temo que a los puristas del flamenco les gustan tan poco las modernidades aplicadas a un arte que consideran suyo, como a los amantes del arte contemporáneo lo divulgativo. Me da que desean seguir considerándose una élite, así que la democratización que otorga el conocimiento se convierte en un peligro para ellos. Y en ese sentido este museo está lleno de amenazas: armas para entender el compás de fandangos, verdiales, granaínas o tarantas; la posibilidad de tocar un cajón equipado con auriculares para seguir el compás de una hemiola; sumergirnos en “el flamenco en el tiempo” y hasta oír hablar a las piedras. Allí también está el humilde trono de los reyes del cante, la silla de anea. El trono de Fosforito.
Fui afortunada hace años al moderar una conversación entre el maestro y Jota, cantante de Los Planetas, quien había llevado algunas letras del cantaor al rock. Los dos hablaban del mismo flamenco en dialectos diferentes. “Parece que hay un incendio, cada vez que nos juntamos”. Jota decía que su generación se había rebelado contra la música que escuchaban sus padres y abuelos y muchos, por esa amnesia, habían llegado tarde o ni siquiera llegado a la gran manifestación artística de esta tierra: La que nació del marginado y el perseguido y que condensa el dolor de la pérdida y la alegría de la resistencia. ”Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”, lo definió la Piriñaca. Y es que somos flamencos y salvajes. Universales.