En estos tiempos tan torpes resultaría inspirador tanto debate estético en la ciudad si no fuera por la falta de ética y de nobleza que dan dos hechos a corto plazo: que haya elecciones en cero coma dos y que ahora importe la cultura en el mercadeo electoral porque se designa
Pero hay un hecho aún peor: que la cultura y la creación de nuestro tiempo ha importado un pepino en la Córdoba de nuestros días, justo lo contrario de lo que importó en el presente del pasado. Y ahora, de repente y con prisas, o nos quedamos con la colección de Pilar Citoler o perdemos el tren de la modernidad. Con la de trenes que por aquí han pasado de largo.
Mucho me temo que entrar en lo contemporáneo es una cuestión de hábito y de actitud a largo plazo. Colecciones de arte hay muchas y en infinidad de lugares. Que esta sea la panacea lo tendrá que decir una valoración tan externa como rigurosa y si lo fuese, me da que una colección a secas no pone a una ciudad en el mapa de la contemporaneidad. Que sumaría, claro, pero ¿a qué precio?
Por el momento sabemos que habría que pagarle a la coleccionista el 30% del precio de la colección en un plazo de 20 años y que ella donaría el 70% restante. Habría que dotar y adecuar el lugar escogido con biblioteca, salas de depósito, además de la gestión pertinente. Y eso se llama museo. Y para hacerse con una colección y montar un museo, ¿por qué nadie ha puesto nunca tanta energía en el Equipo 57?
Si fuera visitante de Córdoba y me interesase lo contemporáneo además de lo monumental, o sea, el perfil del turista cultural de nuestro tiempo, buscaría a Espaliú y a Equipo 57. Me interesaría la singularidad. Tanto uno como otros son internacionales, se adelantaron a su tiempo e influyeron en lo que llegó después. Y en ninguna ciudad del mundo encontraría un espacio dedicado a su obra.
Por eso muero de envidia con el Centro José Guerrero de Granada, a dos pasos de la catedral. Sí, ese que aún sobrevive porque la ciudad lo ha reivindicado.